martes, 6 de noviembre de 2018

8

—¿Ya se siente mejor, señora? —Sí, creo que ya estoy bien. Parece que fue algo repentino. Gracias. —Señora, usted sufre de la presión arterial. Debe evitar cualquier tipo de emoción extrema, puesto que la pude llevar incluso a un ataque fulminante al corazón. Tome puntualmente sus medicamentos, no haga actividad física exagerada, y sobre todo, no se exponga a emociones que le puedan impactar de forma negativa. —Sí, doctora, procuraré hacer lo que me pide. La mujer se bajó lentamente de la cama de exploración del consultorio, dio la mano a la doctora y salió con pasos cortos. Dos mujeres se le acercaron de inmediato y la tomaron del brazo con la intención de apoyarla a caminar. Salieron a la calle y subieron a un vehículo, en donde ya esperaba al volante un muchacho de lentes oscuros. Emprendieron el camino de regreso a la ciudad en silencio, cada uno metido en sus propios y muy particulares pensamientos. Cada mujer con una historia diferente que contar, con una experiencia distinta, con una nueva herida que relamer en los siguientes días. Llegaron por fin a la casa de la mujer que había sido atendida en el consultorio. Ésta dio las gracias por la ayuda recibida. Las otras dos mujeres bajaron del auto y la abrazaron llorando, compartiendo sinceramente un mismo sufrimiento. Prometieron que se volverían a buscar en los siguientes días. Cuando el coche arrancó, la mujer buscó en su bolso de mano las llaves de su casa. Entró y encendió la luz. La sorprendió la frialdad, la soledad, la devastación de su realidad. Fue a su recámara y se quitó los zapatos. Se puso crema especial en los pies y luego de unos instantes se calzó unas cómodas pantuflas, para después ir a la cocina y prepararse un té y algo ligero para cenar y acompañar sus medicamentos. Al pasar por la sala, casi por mero reflejo, encendió el televisor para que hubiera ruido y no se sintiera tan sola. Ya con sus alimentos sencillos y sus medicamentos, regresó al sofá y se sentó a comer y a mirar de forma distraída las imágenes de la pantalla. Lo que buscaba en realidad era una distracción, un modo de escapar unos instantes de una realidad que a cada momento le parecía más compleja. Encontró un cobertor en uno de los sillones y se lo puso sobre las piernas. Al poco tiempo, producto del cansancio y las emociones del día, se quedó profundamente dormida. Cuando despertó trató de recordar algún sueño, pero no pudo. Pensó que quizá estaba tan cansada que ni siquiera pudo soñar. Miró el reloj y se sorprendió de mirar que eran las diez de la mañana. Había dormido casi doce horas continuas. Sintió un poco de remordimiento, pero se dijo que era natural, después de tantas presiones y emociones. Fue a la regadera, se desnudó y se metió a bañar. No pudo evitar el recuerdo de que en la víspera la oficial de guardia le había preguntado por la hora de su último baño y luego le había ordenado quitarse la ropa y colocarse en aquélla posición. Se sintió avergonzada y con coraje. ¡Qué abuso tan cruel para una mujer que ya acumulaba tantos sufrimientos! Mientras se vestía, revivió cada uno de los detalles de la conversación con su esposo en el locutorio. Analizó que de su parte todo estuvo bien, al dejarle en claro que seguiría pendiente de él y al transmitirle el mensaje del licenciado Rivera y la noticia de que el abogado Sánchez Lima se estaba haciendo cargo de su defensa. También había acertado en su mensaje de pedir a su esposo que tuviera paciencia y fortaleza para poder afrontar su estancia en la prisión. El problema había sido que Norberto tenía mucha tensión acumulada, muchas emociones y frustraciones. Lo poco que logró comentar acerca de la dura realidad que estaba viviendo, le permitían darse una idea de lo difícil que le estaba resultando adaptarse a ésa forma de vida. Sin embargo, lo más preocupante, lo verdaderamente preocupante, era que Norberto parecía especialmente alterado, particularmente nervioso o ansioso y ella sabía muy bien que eso no era nada bueno, sobre todo para un hombre que ya había demostrado en otras ocasiones que no era muy bueno para lidiar con el estrés. Se acordó de lo impactante que le había sido el estallido de Norberto y desde luego la manera nada delicada de los guardias de sacarlo del locutorio. El desmayo que ella había sufrido también era un detalle que tomar en cuenta pues, como le había advertido la doctora de la enfermería de la prisión, su condición no estaba como para correr riesgos excesivos. Era obvio que a Norberto lo habían castigado de alguna manera, y aunque eso le dolía profundamente, se dijo que sería de manera temporal. Revisó su cartera y se dio cuenta de que aún tenía casi tres mil pesos, del total que había sacado del banco hacía dos días. La visita la prisión había resultado cara, pero se dijo que con los debidos ahorros, podría salir bien librada. Revisó rápidamente sus faltantes en la casa y decidió dedicar ése día a las compras, recordando que su benefactor, el licenciado Rivera, la había citado hasta el miércoles para tomar informes de los avances en el desarrollo del proceso. Tomó algunas bolsas para guardar sus cosas y saló de compras, prometiendo adquirir solo lo necesario. Durante horas anduvo caminando por diversos centros comerciales, mirando aparadores, creyendo que se interesaba en algún producto o aparato. Era un truco para tratar de que su mente se dedicara a otra cosa, para amainar las preocupaciones que le carcomían poco a poco. Compró sus cosas en la última tienda a la que entró y regresó a su casa cansada de tato caminar, con hambre, pero sobre todo tranquila. El día miércoles se presentó puntualmente a la cita con el licenciado Rivera y le informó de todos los detalles de la visita a su esposo en la prisión. —Se complican las cosas, señora. Por un lado tenemos lo que usted nos dice acerca de la salud de mi amigo, lo que evidencia que es presa de la desesperación. No lo culpo. Si yo estuviera en su condición, quizá tampoco podría soportar con paciencia todos ésos trabajos. Por otra parte, aquí el licenciado Sánchez Lima, a pesar de los esfuerzos que ha puesto en la causa y de los que me consta, no ha podido evitar que se vincule a mi amigo a proceso judicial, es decir, se le ha dictado auto de formal prisión, con lo que se nos esfumado la oportunidad de que el juez lo declara en libertad por insuficiencia de elementos de probanza. —Efectivamente, señora. Ahora nos queda esperar a las diferentes audiencias que se le van a programar a su esposo en el juzgado de lo penal, para poder desahogar las pruebas que nos sean favorables y aguardar a que el juzgador emita su sentencia para que, si no nos es favorable, lo podamos combatir judicialmente en la siguiente instancia. Lo más pesado en este proceso es el tiempo, pues, como usted posiblemente sabrá, en nuestro país estos procesos son muy lentos, muy tortuosos. De cada diez internos que están en las cárceles, apenas la mitad ya están purgando una sentencia, es decir, la mitad de los encarcelados siguen con sus procesos abiertos. —¡Dios mío! —Entonces, señora, la petición concreta es armarse de valor y de paciencia. Dígale a mi amigo, la próxima vez que lo vea, que será una lucha larga, pero que al final vencerá la justicia y él volverá a ver la luz de la libertad. —¿De cuánto tiempo estamos hablando? —Señora, de acuerdo a mi experiencia en este tipo de casos, le puedo responder que el tiempo promedio que se tarda el desahogo de un proceso de esta naturaleza es de dos a tres años. —¡Dios de mi corazón! —Lo que podamos hacer, lo estamos haciendo, téngalo por seguro, señora. Desafortunadamente el sistema penal y el penitenciario son así. Comprendo el dolor que esta noticia le causa, pero poco se puede hacer. Yo le refrendo mi ofrecimiento de continuar con el patrocinio de la causa de mi amigo. Le ofrezco que al menos una vez al mes nos podamos reunir con el abogado Sánchez Lima para que nos informe de las novedades y avances de caso. —Gracias, licenciado, de todo corazón. —No tiene que agradecerme nada. Lamento no poder acelerar los tiempos, pero créame que no está en mis manos. Le pido que trate de entender esto, que se convenza de que es preciso ser paciente y que tome toda la fuerza necesaria para afrontar esta prueba. Le pido también que hable con mi amigo y trate de que él también entienda la situación y nos respalde con su comprensión, con su paciencia y con su fuerza. Sinceramente, no tenemos otro camino. Apenas puso un pie en la calle, la mujer estalló en llanto. Tuvo que sentarse en un escalón para no desfallecer. No lo podía creer, no podía dar crédito que de la noche a la mañana la desgracia hubiera caído con tanta saña sobre su familia. ¿Cómo le iba a explicar a su esposo, que estaba ya desesperado de estar encerrado en la prisión, que debía permanecer en ése lugar tan detestable al menos dos años más?, ¿cómo iba ella misma a soportar ésa condición?, ¿cómo iba sobrevivir durante todo ése tiempo, de dónde sacaría dinero para afrontar sus necesidades?, ¿cómo le diría a su hija que su padre estaba preso y que incluso podía estar allí por muchos años?, ¿cómo afectaría su salud esta condición de abandono, de soledad, de impotencia, de constante preocupación?, ¿cómo se mermaría la salud de su esposo al saber esta noticia, al permanecer recluido tanto tiempo…? Poco a poco fue recuperando la calma. Se limpió los ojos con un pañuelo y se levantó para alejarse de allí. No podía pensar con claridad, no atinaba a saber qué era lo que debía hacer. Regresó a su casa y se tiró sobre el sofá, mirado el techo y preguntándose cómo podría soportar todo ése tiempo de separación. Se levantó y fue a buscar a la vecina, a la madre de Jesús, para preguntarle si irían a la prisión el siguiente domingo y si podrían llevarla. Con mucha dificultad por el nudo en la garganta, la mujer del contador Santisteban explicó a la madre de Jesús la noticia que había recibido en la mañana de parte de los abogados. Otra vez ambas mujeres unieron sus pesares en un abrazo de dolor y desesperanza. —¡Ay, señora, qué tristeza! Nosotras andamos igual. Ya va para tres años que detuvieron a mi hijo y aún no sabemos siquiera qué sentencia le van a imponer, o si finalmente lo van a dejar libre. —¿Cómo pueden tener a la gente detenida tanto tiempo sin saber siquiera si son culpables o no?, ¿alguien habrá pensado en todo el mal que se les causa por el solo hecho de estar en prisión, en sus sufrimientos, en su depresión, en su soledad? —No señora, nadie piensa en ésas cosas. La mayoría de los que viven en las cárceles son pobres, indefensos, personas que no pueden pagar un buen abogado, que no pueden comprar con dinero a policías y jueces. ¿A cuántos ricos conoce usted que estén en prisión? —No, pues no. —La cárcel, señora, sólo es para los pobres. Es un castigo a la misma pobreza, es una amenazaba permanente para todos los de nuestra clase. Los delitos más graves los cometen los de arriba, los ricos, pero entre ellos se protegen. Ellos sí que roban, y no unos cuantos pesos, y no para comer, sino millones y millones y no les pasa absolutamente nada. —Sí, es cierto. —Y si por pura casualidad algún día caen en la cárcel, para ellos hay celdas especiales, privilegios. No viven como su esposo o como mi hijo, amontonados en una celda o comiendo lo que los demás. Para ellos solo hay cosas especiales, de primera, que más pareciera que están de vacaciones que internos en una prisión. —Sí, tiene razón. —A los presos ricos, si es que los hay, no los castigan como a los demás, no los golpean los celadores. No hay duda que el mundo no es parejo: la riqueza se les quedó a ellos y el sufrimiento y la pobreza, los tenemos nosotros. —Señora, ¿van a ir ustedes a visitar a Jesús el próximo domingo? —No, señora, nosotros vamos cada mes. Ya vio usted que es mucho gastar y la verdad no tenemos tanto dinero. ¿Piensa usted ir a ver su esposo? —Sí, exactamente. —Pero, ¿no cree usted que esté castigado, considerando lo que pasó en el locutorio? A lo mejor no lo sabe, pero cundo les ponen un castigo, no les permiten salir a visita familiar el domingo. —No lo había pensado. —Si me acepta usted la sugerencia, en todo caso mejor prográmese usted para ir hasta el siguiente domingo. No tiene caso que vaya y, luego de hacerle esperar todas las horas que tenemos que estar formados, le vayan a salir con que el interno no puede salir a visita familiar pos estar castigado. —Me parece que tiene razón. —Si usted quiere, en un mes nos volvemos a poner de acuerdo para ir juntas. La mujer salió pensativa. Valoró lo que la madre de Jesús le había dicho y decidió que tenía razón, por lo que el siguiente domingo no iría a la prisión. Sin embargo, no dejó de inquietarse por todo el tiempo que dejaría pasar sin buscar a su esposo. Se prometió ir a misa el domingo y hacer oración especial por la salud y el bienestar de su esposo en ése lúgubre y tétrico encierro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario