martes, 6 de noviembre de 2018

16

—Buenas tardes, señor Norberto. Espero que me recuerde. Soy Nora, su vecina y amiga de su mujer, —Sí, si la recuerdo, ¿cómo está? —Muy bien, muchas gracias. Vine a verlo, porque su mujer me pidió el favor. —¿Por qué?, ¿por qué ella no vino?, ¿está enferma?, ¿qué pasa? —Ella no pudo venir porque no se encuentra muy bien de salud. Me pidió que le dijera que no se preocupe, que es algo pasajero y que seguramente estará totalmente repuesta en unos cuantos días. —Pero, ¿qué tiene? —Pues no sé exactamente, algo de los nervios, pero ya está tomando sus medicamentos y seguramente pronto estará bien. —Muchas gracias por venir; dígale que espero que se reponga muy pronto. —Claro que sí. ¿Cómo ha estado usted? —Igual que ella, en semanas anteriores me sentí con nervios, con ansiedad, pero un médico de aquí me dio estos medicamentos. Me tomo la mitad de la pastilla por la noche y la otra mitad por la mañana y me he sentido muy bien, hasta animado. Dígale eso a mi mujer, por favor para que esté tranquila. —Claro que sí, yo se lo diré. —Dígale también que mi proceso está en la misma condición. La diligencia inicial solo se redujo a la lectura de la acusación, pues mi abogado no se presentó. Faltan todavía varias semanas para que se desahogue nuevamente. Dígale por favor que le pida ayuda a mi amigo el licenciado Rivera para que me apoye con el abogado que me tiene asignado y no se siga retrasando más este proceso. —Correcto, así se lo diré. Ella me pidió muy especial preguntarle por su salud, porque la última vez que se vieron se fue con la impresión de que usted estaba afectado de su ánimo. —Sí, sí me sentía muy desanimado, deprimido, pero le repito que gracias al médico de aquí y a las pastillas que me recetó, hoy le puedo decir que me siento mucho más tranquilo y de buen ánimo. Dígale que por mi salud no se preocupe. De los dientes también ya me atendieron. Me hicieron endodoncia y me pudieron reconstruir las piezas afectadas. —Pues muy bien, me da mucho gusto y yo pasaré el recado. Me encargaron que le entregara esta carta y si usted quiere mandar cualquier otro recado, estoy a sus órdenes, señor Norberto. —Sólo dígale a mi mujer que paso mucho tiempo pensando en ella y deseando que esta pesadilla termine, para poder reunirnos otra vez en casa. Yo sigo luchando aquí adentro, tal como ella me lo ha pedido muchas veces, con paciencia y con fuerza, seguro de que soy inocente y que tarde o temprano, todo mundo reconocerá el error y podré nuevamente ir por la calle. Dígale que la quiero con toda la fuerza de mi corazón, porque ha sido la compañera de mi vida, porque ha sido la columna que ha sostenido mi existencia y me ha acompañado por los momentos de amargura, que han sido muchos y también por los pocos instantes de felicidad que hemos tenido. Dígale también que en muchas noches he escuchado su voz en mi oído, diciendo las oraciones con las que pide a Dios por mí y que estoy seguro que sus súplicas han sido tomadas en cuenta. Yo quiero seguir vivo para reconquistar mi libertad, para volver al hogar del que fui arrebatado y que en cuanto eso se haga realidad, retomaré las riendas de las cosas, encontraré un trabajo cualquiera, o me pondré a trabajar en un taller o haré cualquier cosa, pero lo importante es que volveremos a estar juntos. Dígale que a mi vez le pido que haga caso de todas las recomendaciones de los médicos, que siga los tratamientos y tome las medicinas, que esté tranquila porque ésa es la única vía para que pueda mejorar. Dígale, por favor, que para mí, ella sigue siendo el motor de mi existencia y que sin ella mi propia vida se vendría abajo. Dígale también que en cuanto pueda, yo la estaré aquí esperando que me visite y que la recibiré con mucho amor y paciencia. Norberto, con cierto esfuerzo, metió las manos entre los huecos de la reja del locutorio y estrechó las de la mujer, en un intento de subrayar la sinceridad de sus conceptos y también de manifestar sin palabras eso que había sostenido. A la mujer se le hizo un nudo en la garganta por ése gesto y sin apenas pensarlo sin inclinó y besó las manos del prisionero. En aquél instante sonó el timbre que indicaba el final de los minutos concedidos y el interno volvió a deslizar sus manos al interior, dio la espalda y se retiró rápidamente de la reja. La mujer, una vez que llegó a la puerta, no pudo soportar más la impresión de lo que había visto y escuchado y, sin apenas detenerse por las decenas de personas que le rodeaban, estalló en llanto, conmovida por la desgracia ajena. Norberto regresó al patio y ahí buscó un buen rincón, de preferencia con algo de sombra y alejado de sus compañeros, para poder sentarse y leer con tranquilidad la carta que le había mandado su mujer. “Mi amado esposo: “Por favor te pido que me disculpes una vez más, pues no puedo ir a visitarte nuevamente. Recaí de algunas afectaciones nerviosas a mi salud y también me descompensé de la presión y de la glucosa y por eso los médicos me ordenaron que guardara unos días de reposo. Me prometieron que si cumplía con el descanso, en cuestión de pocas semanas podría volver a hacer mi vida normal y, desde luego, como primera prioridad, ir a visitarte. Te ruego, pues, que me perdones. “Me enteré del enfrentamiento que hubo en la prisión hace algunas semanas, en donde resultó muerto, lamentablemente, el hijo de la amiga que me acompañaba a las visitas, la madre de Jesús, con quien incluso en alguna ocasión te mandé una carta. Todo fue muy triste. La pobre mujer quedó destrozada. La acompañé en el sepelio y luego en todo el novenario, pero después me he separado un poco, pues creo que debe alcanzar por sí misma la resignación. “Pude hablar una vez más con tu amigo el licenciado Rivera y también con el abogado Sánchez Lima. Me pidieron disculpas por la falta que tuvo el abogado al no llegar a tu diligencia, pero, como ya te expliqué antes, se debió a un accidente de carretera. Ellos comentaron que van a pedir al juzgado que se practiquen algunos estudios para valorar si tu salud se ha visto afectada en estos meses, en cuyo caso solicitarán que se acelere el proceso y se te de la atención médica especializada. Yo les di las gracias por toda su amabilidad y disposición. “Nuestra hija me ha llamado varias veces desde Alemania. Dice que te manda todo su amor y que piensa en ti todos los días. Lamenta mucho no poder ayudar en nada. Yo le dije que lo más importante es que siga su preparación y que ya es cuestión de días, semanas o cuando mucho, meses, para que regreses a casa y todo recupere su normalidad. Dice que se está esforzando mucho y que luego regresará a Israel. Promete que hará todo lo que esté en sus manos para poder viajar a visitarnos en cuanto le sea posible. “Sigo muy preocupada por tu salud. No puedo ocultarte que la última vez que te vi me dejaste con la impresión de que algo te estaba sucediendo. Dios quiera que estés mucho mejor. Ya es poco el tiempo que nos separa; creo firmemente en que alcanzarás a demostrar que eres inocente y todo esto pasará a ser parte del pasado. “Yo también te prometo que voy a cuidarme mucho para que pueda regresar a ayudarte con todas mis fuerzas. Dios mediante, pronto, muy pronto saldremos de todo esto. “Te quiero con todo mi corazón. Todos los días rezo por ti, por nosotros, por tu pronta liberación. Dios nos ampara y nos protege. Muy pronto nos veremos. Te lo prometo. “Tu esposa, que te ama con todo el corazón”. Norberto leyó unas cinco veces la carta. Sacó como conclusión que si bien la situación de salud de su mujer era delicada, estaba siguiendo el camino correcto y se prometió hacer acopio de toda su paciencia para volver a verla. Dobló cuidadosamente el papel, lo volvió a mater en el sobre y lo colocó en la bolsa de la camisa. De pronto le pareció percibir un rumor extraño, como de gritos. Levantó la mirada y en un primer momento no pudo ver nada, pero al poco tiempo miró como los demás internos que estaban en el patio comenzaban a moverse con rapidez. En efecto, quienes permanecían en el patio hicieron un movimiento muy extraño, primero tratando de acercarse a la puerta y después replegándose a la pared, para procurar protegerse de algo. De pronto se vio al fondo como un grupo de hombres ingresaba al patio de forma rápida y con palos en las manos se precipitaban hacia los internos que trataban de resistir junto a la pared. Norberto se puso de pie, temiendo por su propia seguridad. y trató se resguardarse lo mejor posible detrás de una columna. Desde luego que el factor sorpresa fue decisivo para que los agresores se hicieran de una primera victoria pero la verdad es que los agredidos, una vez vencido el asombro, trataron de reorganizarse y utilizaron su superioridad numérica para detener los palos, arrebatarlos y con ellos mismos tundir a los que habían ido a molestarlos. Cuando los invasores se dieron cuenta del rumbo que estaban tomando los acontecimientos, llamaron a retirada y en tropel procuraron salir del área agredida, pero no todos contaron con ésa suerte. Dos o tres pobres diablos cayeron en manos de la turba que, enardecida y ofendida, les molió a golpes con los palos y también con golpes y patadas. El tratamiento fue brutal. No se podría decir si fue cuestión de uno o dos minutos, pero el caso fue que en muy poco tiempo había en el patio un trío de cuerpos, bañados en sangre que ya no se movían. Cualquiera hubiera pensado que, con semejante monstruosidad, la cuestión habría terminado, pero no fue así. Norberto escuchó a uno de sus compañeros de celda arengar a los demás para ir a tomar venganza de la agresión recibida y obtuvo el apoyo total de quienes le escuchaban. De inmediato, con una herramienta de metal, cortaron el candado de la puerta del taller de carpintería y extrajeron herramientas y maderos para ser usados como armas. Norberto sólo los vio pasar con rumbo al otro patio pero no quiso acercarse, pues calculó que el peligro era muy grande y que incluso él ni siquiera sabía por qué se había desatado la pelea. Se escucharon las sirenas de alerta en los altavoces colocados en diversos lugares de la prisión, lo cual indicaba que vendría un intento de toma de control violento de parte de los custodios y que, si la cosa no se reducía de inmediato, mandarían llamar incluso a los soldados. El chillido horrible de las sirenas dejaba escuchar gritos, detonaciones y golpes en las láminas. Con toda seguridad la refriega era de los más violenta. Los cuerpos de los caídos seguían sin moverse en el patio y Norberto quiso acercarse a ver si podía auxiliarlos en algo. Tenían el rostro realmente destrozado a golpes, no se les distinguían las facciones. Uno de ellos tenía vacías las cuencas de los ojos. Ya no respiraban. “Están muertos” concluyó Norberto, al tiempo que con pasos lentos y vacilantes se alejaba del lugar. De pronto vio pasar como una ráfaga a un compañero que corría despavorido en busca de refugio. Casi por instinto se hizo a un lado y vio como quince o veinte hombres corrían a toda velocidad. Aprovechó estar en la puerta del taller de carpintería y se introdujo con el miedo de ser agredido. Se metió debajo de un banco de trabajo y procuró quedarse quieto. Desde ahí pudo escuchar como ahora eran los del otro patio los que buscaban a sus presas. Se escuchaba que a la vuelta del taller se había trabado el combate. Duró esta situación unos cinco minutos y de inmediato se oyó el sonido inconfundible de las botas militares marchando a paso veloz sobre el cemento del patio. Hubo muchas detonaciones. Norberto supuso que los disparos se hacían al aire para tratar de separar a los que estaban enfrascados en la lucha. Al poco rato volvió a escuchar más botas entrando por el patio y el estruendo del enfrentamiento se agudizó. No tenía reloj, pero al cabo de un rato calculó que llevaba ya más de una hora metido debajo del banco de trabajo del taller de carpintería y, aunque los gritos, golpes y disparos habían ido disminuyendo. Aún se escuchaban los escarceos. Oyó sonidos de botas muy cerca de donde él estaba y tuvo miedo siquiera de levantar la mirada. De repente miró a diez centímetros de su cara la boca negra de un cañón de fusil que le apuntaba. —¡Sal de ahí, despacio!—, le dijo un soldado con tono autoritario, pero ya sin el nerviosismo característico de la refriega, por lo que Norberto adivinó que ya eran dueños de la situación. Con dificultad fue saliendo de debajo del banco de trabajo, levantó las dos manos y obedeció la orden de pasar al patio. Allí ya iban llegando otros internos que, con las manos en la nuca, se sentaron el piso. “A ver cómo nos va”, pensó Norberto, mientras tomaba su lugar en la plancha de cemento, dispuesto a esperar por un buen rato. Mientras aguardaban, llegó el servicio médico forense. Hicieron las diligencias de rigor y la toma de incontables fotografías desde todos los ángulos posibles. A cabo de ello, subieron los cadáveres en las camillas y se los llevaron, mientras un par de empleados quedaron con la consigna de limpiar perfectamente todo resto de sangre que denunciara lo que allí había sucedido. —Se va a poner bueno esto; vamos a ver mucho movimiento—, dijo en voz baja, pero perfectamente audible, un interno a las espaldas de Norberto. —Sobre todo cuando se sepa lo otro—, se escuchó decir por otro lado. “¿Lo otro?, pues ¿qué habrá pasado?”, se preguntó en silencio Norberto a quien ya comenzaban a dolerle los brazos de tener las manos levantas detrás de la nuca. Hubo que esperar aún otra media hora y uno de los celadores, acompañado de un mando militar, inició el pase de lista. Uno a uno lo internos fueron respondiendo al escuchar su nombre. El ejercicio se repitió tres veces, concluyendo que hacían falta siete internos. Al cruzar la información, los mandos notificaron que dos de ellos estaban siendo atendidos en la enfermería por diversas lesiones, pero de los cinco restantes nada se sabía, por lo que se ordenó un registro general, peinando cada una de las áreas. No obstante, la tarea fue suspendida cuando se descubrió algo extraordinario. No fue difícil para nadie adivinar que las claves que se repetían por los radio de comunicación convocaban a ciertos custodios al área de las inmediaciones de la torres de vigilancia. Tampoco se necesitó ser un genio para descifrar que habían descubierto un boquete en el muro exterior y que naturalmente los cinco reos que faltaban de aparecer en el pase de lista se habían fugado. Los internos recibieron a orden de levantarse del piso y de dirigirse al interior de su celda de dormitorio. Allí cada uno tomó su colchoneta y comenzaron a escucharse los comentarios generales después de la refriega. —Alguien va a tener que pagar por los muertitos de la otra sección. Ni modo que todo se quede así. —Pero lo más grave es lo que vendrá, porque de seguro los otros no estarán nada contentos; van a buscar desquitarse; tendremos que andar con cuidado. —¿Entonces fueron El Doberman y los suyos los que se pelaron?, ¿cómo le harían? —¿No oíste? Hicieron un boquete junto a la base de la torre de vigilancia. Se me hace que ellos mismos fueron los que mandaron a iniciar la bronca, para poder distraer y tener el tiempo suficiente para huir. —También por los fugados va a haber quien pague. Van a preguntar a todos. A ver si sale la chiva que cante todo. —Ya se verá, ya se verá. Norberto fingió interesarse por unos hilos que se estaban descosiendo de su colchoneta para no mostrar en su rostro el nerviosismo que le habían causado ésas palabras. La conversación siguió largamente, derivando en la gracia que para muchos había representado la forma en que se habían vengado de los agresores, el espíritu de valentía que en general todos habían mostrado al defenderse con estoicismo, la manera en que se divirtieron resistiendo los embates de los celadores a quienes tuvieron el gusto de propinarles buenos golpes y la manera en que tuvieron que rendirse ante la entrada del ejército. —Pues como no va a haber de cenar, aunque sea que haya de fumar— dijo un hombre sacando un cigarro de mariguana de algún escondrijo. Otros lo imitaron y pronto la celda se llenó de un humo pesado y acre. Norberto, a pesar de estar junto a la reja, tuvo que soportar el olor, pero era más grande su preocupación por verse involucrado en la fuga de los reos, pues entendía que si llegaba a saberse quién les había dado la clave del lugar exacto del muro falso, la pasaría muy mal, complicándose su situación y acaso tendría que acumular otro proceso, mucho más grande y engorroso. De pronto se sintió especialmente nervioso, intranquilo y ansioso y recordó sus pastillas milagrosas. Juzgo que la necesidad era superior de lo que habitualmente necesitaba, de modo que, sin partir el comprimido, se tragó uno completo, en unos cuantos instantes dormía totalmente inconsciente.

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