martes, 6 de noviembre de 2018

6

—¡Norberto! ¡Aquí estoy! ¡Oh, mi Norberto! ¿Qué te han hecho? —¿Mujer? ¿Eres tú? ¿Realmente eres tú? ¿Has venido a verme? Ellos me dijeron que… —¡Claro que soy yo, amado mío, mi Norberto! ¡Nunca te abandonaría! Pasé días buscándote, hasta que te encontré y aquí te tengo. ¡Gracias, Dios mío! —Ellos me han estado diciendo que tú ya me dabas por muerto, que me olvidara de ti, que perdiera toda esperanza… Me dijeron que saldría de esta cárcel siendo un anciano y sólo para morir… —No, Norberto, nunca creas eso. Yo nunca te abandonaré. ¡Jamás! ¿Lo oyes? ¡Nunca te dejaré! ¿Me entiendes? —Todos estos días han sido muy extraños… No entiendo nada… Yo debía estar trabajando en mi oficina, haciendo mis registros, mis proyecciones, controlando los pagos de la empresa… No entiendo porque ahora me quieren ver como un animal, como un ladrón. —¡No eres ningún animal, mucho menos un ladrón! ¡No les creas! Tú eres el hombre amoroso con el que me casé hace veintitrés años, un veintitrés de marzo de hace veintitrés años. ¡Todo esto se va a aclarar! Hablé con tu amigo, el licenciado Rivera, el dueño de la tienda de telas finas del centro. Te puso a un abogado que se está encargando de tu defensa. Se llama el licenciado Sánchez Lima. Está integrando las pruebas para demostrar que eres inocente y poder sacarte de aquí lo más pronto posible. El licenciado Rivera te manda decir que no se olvida de ti y que trabajan para comprobar que eres inocente, pero te pide, y yo también te pido, que no te dejes caer, que no pierdas la esperanza, que no creas nada de lo que te dices, que no te rindas. ¡Tú vas a salir libre en poco tiempo, ya lo verás! Pero debes ser paciente, muy paciente, amor mío. Y también debes ser fuerte, ¿me entiendes? —Es que yo no robé nada. Aquí dicen que le robé a la empresa cinco millones de pesos en efectivo, que yo estoy coludido con una banda del crimen organizado, que tenía planeado fugarme al extranjero con el dinero, que sólo estoy dejando que el dinero se enfríe para tratar de comprar a los jueces… —No, Norberto, no creas nada de eso, por favor. Tú sabes, y sobre todo Dios sabe que eres inocente. Tú eres una persona íntegra, un esposo amoroso y excepcional, un padre de familia honesto y responsable, un trabajador dedicado y honorable. —Me han dicho hasta que Dios me ha señalado por mi vida criminal y por eso sufro las enfermedades que tengo, como castigo de mi mala conducta, que Dios no me quiere y que no tendrá piedad de mi alma… —¡No, no creas nada de eso! ¡Acuérdate de la iglesia! ¡Dios es amor, Dios todo lo perdona, Dios tiene piedad de todos nosotros, a nadie rechaza! ¡Acuérdate de Dios, amor mío, y reza, para que Dios te de fuerza para superar esta prueba! —¿Por qué no habías venido? Temí que verdaderamente te hubieras olvidado de mí o que te hubieran dicho que yo estaba muerto. —Te busqué como una loca desde que te detuvieron. Anduve por cárceles, hospitales y hasta en la morgue y nadie me daba razón de ti. Dios me iluminó para ir al edificio de la corte y allí el mismo Señor me envío un ángel en forma de magistrada que me ayudó a encontrarte. Luego tuve que investigar todo el proceso para poder venir de visita y conocí a una vecina del barrio que también tiene un hijo detenido aquí y con ella he venido. —En cuanto salga de aquí, vamos a ir donde la doctora Ortiz para que me arregle bien los dientes y, ya sano, podremos ir al restaurante que siempre nos ha gustado, ¿quieres? —Claro que sí, amor mío, claro que quiero; lo quiero con todo mi corazón. Quiero que volvamos a salir de la calle de la mano, que nos compartamos helado con la misma cuchara, que duermas junto a mí, abrazándome y con una mano en mis senos. Quiero que hagamos el amor toda la noche, toda, aunque no durmamos, aunque nos salgan ojeras de mapache… —¿Cuándo podrá ser todo eso?, ¿cuándo…? —Muy pronto amor mío. Pero tienes que prometerme que no te vas a desesperar. Yo vendré a verte con la frecuencia que me sea posible. Aquí piden muchos requisitos para dejarla a una pasar, pero me esforzaré por venir a verte seguido. Y quiero que sepas que mientras no nos veamos, siempre estaré pensando en ti. Cada vez que puedas, mira hacia el cielo y te aseguro que en ése mismo instante yo también lo estaré viendo y Dios, en su infinito amor, hará que nuestras miradas se encuentren en el corazón del otro. —Yo… —No, no llores, por favor. Tienes que ser fuerte. Siempre has sido un hombre fuerte. Ahora debes serlo mucho más. Yo creo en ti. Creo en tu inocencia, y te prometo que voy a dedicarme con todas mis fuerzas a comprobar que no eres lo que aquí dicen de ti, y un buen día, muy pronto seguramente, vendré para llevarte a casa, a nuestra casa, para que retomemos la vida donde la dejamos y volvamos a ser felices, como antes. —¿Qué hay de Julia? —No le he dicho nada. ¿Para qué? ¿Qué podría hacer ella desde allá? Me escribió diciendo que el curso termina en dos meses, pero que se ha ganado un curso para hacer el siguiente semestre en Alemania, con todos los gastos pagados, de manera que vendrá hasta la próxima primavera. —Ya estaremos juntos para entonces. —A lo mejor, mucho antes. Hay que tener mucha fe y fortaleza. Esta no es sino otra prueba que nos impone Dios para que fortalezcamos nuestra paciencia y nuestra fe. —Ya me siento más tranquilo. —Eso es, así debe ser. ¿Cómo has estado de salud? —La comida no es de lo mejor, pero tampoco me ha dañado. Todos los días me dan mis medicamentos y me los tomó puntualmente. No tenido necesidad de pedir que me revise el médico. La vida aquí es muy extraña. Siento que todos me miran con odio. De hecho, todos se miran con odio, los unos a los otros. No sé quiénes sean todas estas personas, ni porque estén aquí, o como los ha tratado la vida, pero tengo la sensación de que quisieran asesinarse los unos a los otros. —¡Dios mío! Ten mucho cuidado. —Cuando están solos hablan muy alto, con bravuconadas, con groserías, con presunción y amenazas. Cuando están los custodios son más recatados, sin llegar a ser amables. Duermo tirado en una colchoneta junto a la puerta de la celda. Somos doce en ésa habitación. Hay quienes tienen que dormir junto al excusado. Ayer se armó una pelea porque un compañero orinó encima del que estaba acostado junto a la taza del baño. Entraron los celadores golpeando a diestra y siniestra. Pude escurrirme hasta un rincón y quedarme quieto, y así no saqué más que empujones. Se llevaron castigados a los dos que comenzaron la lucha. No sé qué les hagan. —¡Dios santo! —Todas las noches hay intranquilidad, ruidos, gritos, quejas, peleas, amenazas. Nadie duerme a plenitud. Ha habido noches en que los celadores nos mandan levantar y nos forman en el patio, en plena madrugada, solo para verificar la lista y dicen que eso es un procedimiento de rutina. —¡Oh, lo siento tanto! —No ha habido noche en que no tenga pesadillas. Sueño que todo mundo me mira, mientras camino desnudo por la calle y me gritan ¡ladrón!, y me tiran manojos de billetes, y yo trato de correr lo más rápido que puedo, pero la lluvia de billetes sigue sobre mí y los gritos aumentan de intensidad a cada paso. —Trata de rezar antes de dormir. A mí me sirve mucho. Dios te cuidará en tus sueños. —La verdad creo que me estoy alterando mucho. Ha regresado el temblor de mi mano y siento que a todas horas alguien me mira, me vigila. Me siento inquieto. No he podido hablar con nadie que quisiera ser mi amigo. Todo mundo parece huraño, ajeno a la pena de los demás y sólo ocupado en su propia vida en su propio sufrimiento. —Qué bueno que pude venir, así al menos has tenido la oportunidad de descargar un poco tus pesares. Sólo tú sabes lo que sufres. Yo solo te podría decir que lo siento, que te comprendo, pero la verdad no tengo idea de lo que me estas contando, pues apenas puedo imaginar y sopesar tu sufrimiento. —Los celadores nos tratan con desprecio, como si fuéramos cosas. Nadie ha accedido siquiera a responderme con claridad alguna pregunta. Siempre evaden, siempre son cortantes, intransigentes, permanentemente enfadados. —¡Ay, amor mío…! —Ya no quiero estar aquí. Siento que me está haciendo mucho daño. Es como si estuviera viviendo en una pesadilla y, por más que me esfuerzo, por más que me muerdo los labios o la lengua, no puedo despertar. ¡Esta prisión me ahoga, me devora, me destruye! ¡Siento que si no salgo de aquí pronto, voy a morir o me voy a volver loco! —Cálmate, Norberto; tranquilo amor. Te repito que se está trabajando en comprobar tu inocencia, para que logres salir de este lugar muy pronto. Pero, como ya te dije, tienes que ser fuerte y valiente; no debes dejarte vencer, no debes rendirte. Trato de comprender tu sufrimiento, pero sólo alcanzo a decirte que si verdaderamente quieres salir de aquí, tienes que mantenerte firme, que debes evitar que todo esto que me cuentas te afecte. Debes convencerte de que sólo será por un corto tiempo y que, más temprano que tarde, regresarás a tu hogar y todo volverá a la felicidad. Pero debes grabarte esto en tu mente y en tu corazón y no dejarte vencer. Sólo así podrás salir de este lugar, ¿me entiendes? —¡Interno, retírese de la reja! ¡Terminó su tiempo de visita! —No, no quiero volver allí. ¡Mujer, diles que soy inocente, diles que sólo soy un empleado, un pobre trabajador! ¡Diles que nunca he robado, que no soy un delincuente! ¡No, diles que no quiero volver allí, que quiero ir a mi casa…! ¡Mujer, diles! —¡Interno, retírese ya de la reja! ¡Compañero, apóyeme para retirarlo! —¡No, por favor, no se lo lleven! ¡No lo lastimen! ¡Norberto! ¡Dios mío! ¡Norberto! ¡Déjenlo ya, por favor! ¡Norberto! —¡Señora ya retírese de la reja! ¡Terminó su turno! ¡Haga el favor de acompañarme! Por favor, señora. No haga esto más difícil. —¡Que no se lo lleven! ¡Que no le peguen! ¡Él es inocente! —¡Señora, por favor, retírese de la reja! ¡Salga de aquí! ¡Pareja, apóyame! —Ya se desmayó. Voy por una camilla para llevarla a enfermería. —¡Chingada madre! ¡Tan bien que iba el día! ¡Nunca falta un par de pendejos para echar todo a perder!

No hay comentarios:

Publicar un comentario