martes, 6 de noviembre de 2018

17

El director se dio cuenta de inmediato de que lo que estaba pasando no era una riña cualquiera. Era mucho más complicado. Siguió, como siempre, sus protocolos de actuación y se fijó que sus subalternos pudieran controlar la situación con cierta facilidad, pero en cuanto le confirmaron la noticia de que al menos tres internos habían muerto a manos de una turba, la cosa cambió totalmente de rumbo. Sin dudarlo un momento, levantó el teléfono y pidió hablar con el responsable de la política interna para solicitar la inmediata la presencia de elementos del ejército para ayudarlo a controlar el motín. Recibió la ayuda lo más rápido posible y los soldados entraron con la clara consigna de recuperar el control de la prisión a como diera lugar. Los custodios también participaron, sobre todo porque conocían físicamente todas las instalaciones. Con apoyo militar fue relativamente sencillo completar la misión, pero en cuanto se descubrió el boquete de apenas cincuenta centímetros de ancho practicado en el muro externo, justo detrás de los pilares que sostenían la caseta de vigilancia, el mundo pareció venírsele abajo al director. El derrumbe fue total cuando le confirmaron el nombre de los cinco reos que se habían fugado, con base en que no habían sido localizados en ninguna parte del interior de la prisión. Se apresuró a comunicarlo al responsable de la política interior nacional y éste, tomándose un instante para hacer un mohín, trazó la ruta que debía seguirse: —El ejército, la procuraduría y las policías están siendo instruidas en estos momentos para hacer patrullajes por tierra y por aire para ubicar a los prófugos. El experto en control de daños está saliendo para la prisión para apoyarte en preparar la hoja de ruta para enfrentar a los medios de comunicación. De inicio solo se manejará que hubo una riña entre bandas rivales. Dilata lo más que puedas la noticia de los muertos. Trataremos de ganar tiempo para procurar localizar y recapturar a los prófugos. Tú sabes cómo es esto: si no aparecen los fugados, te vas a la cárcel. El director terminó la llamada. Sabía cuáles eran las condiciones de trabajo en el sistema penitenciario nacional. Cuando algo fallaba de manera irreversible, alguien debía pagar las consecuencias. Se pasó ambas manos por la cara para tratar de asustar los malos augurios e hizo pasar de inmediato al teniente que había acudido con las fuerzas militares. Le explicó lo que estaba sucediendo a nivel central y le pidió que hablara con sus superiores para agilizar la movilización, muy en especial de los helicópteros para poder hacer los sobrevuelos sobre el área inmediata a la prisión y tratar de ubicar a los prófugos. En menos de diez minutos había cinco aeronaves surcando el cielo del área, usando tecnología de punta para tratar de ubicar a cualquier persona que se moviera. El director adivinó que el plan había sido trazado finamente y que con seguridad, aprovechando el día de visita, habrían robado un vehículo de los visitantes o bien incluso habrían sido llevados a la ciudad en un auto previamente convenido. Se fijó como límite media hora de sobrevuelo de los helicópteros y se dijo que si en ése tiempo no había noticias de los fugados, sería imposible localizarlos de forma inmediata y con ello él mismo pasaría de ser el director de una cárcel a ser huésped en alguna otra. Cuando llegó el experto en control de daños ya había presencia de medios de comunicación en las inmediaciones de la prisión, además de un importante número de personas que se agolpaban a las puertas, queriendo saber cuál era exactamente la situación que privaba y la condición de los internos, en especial de sus familiares. El experto hizo rápidamente sus cálculos y proyecciones. Dijo que por ser domingo por la noche, la mayoría de los canales de televisión tenían programadas barras de deportes, películas o espectáculos, por lo que sólo solían hacer pequeños cortes noticiosos de uno o dos minutos cada hora, lo que impediría que dieran una cobertura en vivo de los acontecimientos de la prisión. Cuando el experto terminó de explicar la ruta crítica a seguir para afrontar la crisis, el director miró su reloj y comprobó que había pasado la media hora que él mismo había fijado. Pidió que le reportaran las novedades de la búsqueda y posible localización de los fugados y le respondieron que no tenían novedad. Respiró profundamente tres veces antes de tomar el teléfono. Se comunicó nuevamente con el responsable de la política interna. —No hay reporte de novedad en la búsqueda de los prófugos. Me reporto atento a sus indicaciones. —Bueno, ya va para allá el director nacional de las prisiones. Quedará a cargo. A él deberás entregarle todo. Él ya lleva las órdenes que deberá cumplir. No te preocupes, no será tan malo. Finalmente somos amigos y procuraremos que el tiempo pase lo más rápido posible. “¡Idiota! ¡Hacer que el tiempo pase lo más rápido posible! ¡Bah!”, dijo para sí mismo el director, mientras ordenaba que su personal administrativo se reuniera para prepararse a la entrega – recepción. Media hora después llegó el director nacional y tomó, junto con sus operadores, el control total de la prisión. Fue él quien se dirigió a los medios de comunicación para hacer el comunicado oficial de que se había desatado un nuevo enfrentamiento al interior del penal entre miembros de bandas rivales y que, con el apoyo de fuerzas federales, se había recuperado totalmente el control de la institución. Estableció que como producto de tal acontecimiento se tenía una decena de heridos, tres de los cuales se encontraban en una situación muy delicada y que seguirían informando del desarrollo de los acontecimientos. A las seis de la mañana, el director nacional salió otra vez a rueda de prensa y dio cuenta de que el enfrentamiento de la víspera había dejado un saldo mortal de tres personas fallecidas, dando a conocer sus nombres y asegurando que la institución tenía las instrucciones, siempre firmes, de investigar a profundidad para deslindar responsabilidad y castigar a los responsables de tales homicidios. Desde luego, no se permitieron preguntas. Por último, hacia las cinco de la tarde del lunes, nuevamente el director salió a rueda de prensa para informar que también como resultado del enfrentamiento del día anterior, cinco reos habían logrado evadirse de la prisión. Dio sus nombres y mostró sus rostros fotografiados. Dijo que se habían iniciado ya las investigaciones correspondientes y de inicio se había destituido y detenido al director de la prisión, por lo que se entablaría un proceso penal. Desde las seis de la mañana del mismo lunes se sacó a los internos a sus respectivos patios, a efecto de que se formaran y les fuera pasada la lista de asistencia de rigor, ante nuevos custodios. Se les dijo que el régimen sería desde ésa día mucho más estricto y no se aceptaría ninguna falta al reglamento interior de la institución. Después del desayuno comenzó a llamarse a determinados internos, en grupos de tres. Los más avezados en este tipo de conflictos adivinaron que estarían haciendo largos interrogatorios para tratar de ubicar a los responsables de los enfrentamientos, a quienes había cometido los homicidios y también a quienes eran cómplices por la fuga. Aunque no lo decían en voz alta, todos sabían lo que debían contestar: vaguedades, inconsistencias, ambigüedades. La consigna era nadie vio, nadie supo, nadie oyó. Sabían que lo que las autoridades buscaban era ganar un poco de tiempo, tratar de que la crisis pasara y que la gente se distrajera en cualquier otra cosa. Los primeros tres tardaron casi una hora en salir del interrogatorio. Era gente experimentada, seguramente no habrían dado mayor indicio de que supiera algo, si es que realmente tuvieran conocimiento. A continuación, fue llamado el segundo trío para hacer el ejercicio. Norberto comenzó a ponerse nervioso cuando se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. No era nada bueno para disimular sus emociones y él lo sabía. Si los interrogatorios eran como lo que había visto alguna vez en las películas en donde te lanzan muchas preguntas con tal de confundirte, con toda seguridad saldría muy mal parado. Su preocupación giraba en torno de que él sí había visto claramente a los que habían asesinado a los tres hombres que cayeron en el patio. Era cierto que todos habían participado en la golpiza, pero decididamente se podían señalar a ciertas personas por haber asestado los golpes mortales. También le preocupaba que por algún indicio las autoridades tuvieran noticia de que fue él quien acudió un día con el líder de los internos fugados y le señaló en un plano arquitectónico, el lugar exacto para golpear exitosamente, lo cual fue la llave de la evasión. Desde luego esto le podría acarrear graves consecuencias. Si se atrevía a denunciar a los internos que habían dado los golpes mortales a los difuntos, se estaría condenando a muerte, pues no le perdonarían esa traición. Lo matarían con toda seguridad. Por otra parte, si confirmaba haber participado en la identificación del punto clave del escape, con toda certeza sería acusado de cohecho o de conspiración o de cualquier cosa, con lo que su situación se complicaría toda vez más. El camino más seguro era decir no a todo lo que le preguntaran, o al menos decir no sé, no tengo idea, no me di cuenta, no me percaté, no pude ver nada, no escuché nada de eso…, pero siempre estaba el riesgo de caer en alguna confusión y, tomando en cuenta que el que pregunta lleva la ventaja, sin contar con la experiencia que seguramente tendría el inquisidor, había altas, muy altas posibilidades de salir trasquilado y muy mal parado de la entrevista. Las manos comenzaron a sudarle copiosamente, en especial cada vez que se daba cuenta de que salían los internos a los que habían mandado llamar y el guardia encargado pronunciaba los nombres de otros tres internos. Sentía un vacío en el estómago y las piernas le hormigueaban. —¿Ya viste al gordo? —Se me hace que es chiva. —¿Qué hacemos?, ¿lo enfriamos? —Nomás hay que descansarlo. —Ah, bueno. Desde ése momento, dos hombres no le retiraron la mirada de encima a Norberto. Los custodios dieron la orden de pasar al comedor. Los internos tuvieron que formarse y guardar silencio, pues se mantenía la indicación de la máxima disciplina. Uno por uno se fueron acercando al patio para ir tomando su lugar. Norberto, todo tembloroso, decidió que lo mejor era ir a comer para que con los alimentos se reanimara un poco y pudiera decidir qué hacer en cuanto lo llamaran a declarar. Caminó con lentitud y casi al llegar a una esquina para desembocar en el patio, sintió un golpe fuerte y seco en la nuca y luego un zumbido en los oídos y la oscuridad en los ojos. El cuerpo de Norberto cayó pesadamente sobre el piso. De inmediato dos hombres lo arrastraron, cada uno tomándolo de un pie y lo metieron a un salón que servía para impartir clases. Lo pusieron en un rincón y luego acomodaron las sillas de modo que desde afuera no se distinguiera que ahí había un cuerpo tirado. A continuación, los hombres, tratando de actuar de la manera más natural, se incorporaron con sus compañeros en la fila para poder acudir por sus alimentos. Hacia las seis de la tarde los interrogatorios se dieron por terminados, sin que hubiera claridad para poder fincar ninguna responsabilidad. —¿Ya no falta nadie de ser interrogado? —Según la lista, señor, sólo falta el interno Norberto Santisteban. —¿Quién?, ¿el gordo? No, no creo que sepa nada, considerando que lo encontraron escondido debajo de un banco en el taller de carpintería. —¿Quién es ése Norberto? —Es un interno ya un poco viejo, como de cincuenta años, jefe. Está acusado de fraude, según tengo entendido. La verdad es que lo hemos visto hacer cosas raras, como que está enloqueciendo. —¿No creen que sepa nada? —Jefe, con todo respeto, si a los demás no les pudimos sacar nada, éste nomás nos va a hacer perder el tiempo. —Bueno, pues hay que preparar el informe final de la diligencia. A las nueve de la noche se estaba remitiendo la información condensada al director nacional quien, en conjunto con el experto en control de crisis, parecía tomarle el pulso a la opinión pública. Desde luego que, siendo lunes por la noche, todos los noticiarios se ocuparon de informar ampliamente de los tres acontecimientos del penal: la riña y la muerte de tres internos, la fuga de cinco presos y la destitución y encarcelamiento del director de la institución. Aproximadamente a las diez de la noche el experto en control de crisis recibió de sus ayudantes la condensación de lo que se estaba tratando n los medios. Naturalmente, el clima de comentarios giraba en torno a la inoperancia de sistema penitenciario nacional. Se activó el teléfono celular del director nacional. Era una llamada directa del responsable de la política interna nacional. —Ya localizamos a los fugados. Ya está montada la rueda de prensa. La dará el jefe el ejército. Se presentarán como producto de un esfuerzo coordinado. Instruye para que sean recluidos en una prisión diferente. Creo que con esto debemos conjurar el problema. —De inmediato, señor. Desde la sala de su casa, la mujer del contador Santisteban miraba con mucha preocupación lo que decían en los noticieros acerca del nuevo motín que se había registrado en el interior del penal en que su marido se encontraba recluido. En particular le preocupó escuchar que había una decena de heridos, de los cuales tres estaban en una situación muy crítica, derivado de las graves heridas que habían recibido. La consternación se hizo más grande, pues en un primer momento no se dieron los nombres de los lesionados. La pasó pegada de la pantalla hasta que hubo nuevas noticias, dando a conocer que tres internos habían muerto. La mujer sintió que el corazón se le comprimía solo de pensar que su marido pudiera estar entre los fallecidos, pero cuando la autoridad dio a luz, finalmente, la lista de muertos y heridos constató felizmente que Norberto no estaba ni en una ni en otra enumeración. Le pareció espacialmente preocupante que en muy poco tiempo hubiera habido dos conflictos en la cárcel que habían derivado en la muerte de al menos un interno. Se acodó de Jesús, el hijo de su amiga y de su muerte a causa de un disparo de arma de fuego. Habían prometido que se harían investigaciones y se castigaría ejemplarmente al responsable del homicidio, pero no era tan ingenua como para creer ésas palabras. Con toda seguridad el hecho quedaría sepultado en los archivos de la misma prisión y la misma suerte correrían los muertos nuevos. Cuando se enteró de que había reos fugados, su preocupación aumentó, no tanto porque creyera que Norberto hubiera tenido la osadía de evadirse de la prisión, sino porque eso denunciaba un clima de mayor descomposición al interior de la cárcel y con ello el clima de violencia que seguramente reinaba por cualquier parte, lo que tal vez significaba que su marido vivía en constante peligro de ser atrapado entre dos o más frentes en franca lucha por el control del poder. Se imaginó a su marido asustado por un clima de violencia que nunca antes había experimentado. Era un hombre débil y enfermo, que no podría defenderse en caso de ser hostilizado o francamente atacado. Le habían platicado muchas veces como los mismos internos abusaban de sus compañeros, los golpeaban con el fin de extorsionarlos o hacían que, a querer o no, tomarán partido en alguno de los grupos que se disputaban el control de las prisiones. No dejaba de imaginarse cómo estaría su esposo, con una salud tan precaria, con un ánimo tan lastimado, con tanto dolor por los acontecimientos de los últimos meses, enfrentando y tratando de entender lo que estaba pasado a su alrededor. Se dio cuenta de que los labios, las manos y las piernas le estaban temblando. Pensó en que su deber era estar al lado de su marido y que tenía que ir a la prisión a tratar de enterarse del curso de las cosas y sobre todo a verificar por sí misma que Norberto estaba bien. Sin pensarlo apenas se preparó para salir. Tomó su bolsa, verificó que llevara algo de dinero, tomó una chaqueta y abrió la puerta de la cochera. Sacó el auto y se enfiló hacia la salida de la ciudad mientras continuaba escuchando por la radio las noticias que una estación transmitía de manera permanente. Llegó a las inmediaciones de la prisión y se dio cuenta de que no era la única persona que había tenido la idea de ir a verificar lo que sucedía. Al menos una centena de personas se agolpaban alrededor de la puerta principal. Permanecían tranquilas, haciendo corrillos en diversas partes, comentando, cada cual a su entender, lo que imaginaba que estaba pasando. La mujer analizó la situación y, por fin, localizó un pequeño grupo integrado sólo por mujeres más o menos de su edad. Se acercó, saludó y se fue integrando a la conversación, enterándose de todo lo que se sabía, lo que se especulaba y lo que se esperaba. El resultado sólo la puso más inquieta, pues en conclusión se dijo que, por experiencia, cuando sucedían estos acontecimientos, las autoridades tomaban la decisión arbitraria de trasladar a diversos presos a otras regiones remotas del país, sin apenas notificarlo a sus familiares, de manera que si de por sí el hecho de ir a visitarlos a la carel que estaba a las afueras de su ciudad era difícil, esto se hacía casi imposible se lo enviaban al norte, al occidente o al sureste del territorio. La mujer del contador Santisteban se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta para protegerlas del frío. Sintió que llevaba dentro un objeto, en forma de collar. Era un rosario. Lo sacó y, alejándose de las otras mujeres, se sentó en un lugar tranquilo y comenzó a hacer lo único que se le ocurrió tener utilidad en ésos momentos: rezar.

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