martes, 6 de noviembre de 2018

22

Norberto despertó con la idea fija de seguir trabajando en el taller de carpintería. Lo alentaba especialmente la esperanza del abogado de que muy posiblemente se ganara su causa y así podría a disfrutar de la libertad. Se preguntó cuánto habría cambiado el mundo exterior en todos los meses que llevaba en prisión, qué habría sido de sus compañeros de trabajo, cómo habrían sido las fiestas de su barrio, cómo estaría su hija a quien no veía desde hacía casi dos años, cómo estaría de aspecto su mujer, luego de la enfermedad de la que le contaba en sus cartas. Se preocupó por la manera en que iba a sustentarse. Era obvio que había perdido el empleo en la constructora y que era impensable regresar a solicitar su reinstalación, aunque quizá en estricto sentido de justicia tendría derecho a recuperar su condición anterior, pero desechó casi de inmediato la pretensión, pues luego de todo lo que había sufrido a causa de la acusación injusta de los directivos de la empresa, veía imposible convivir con personas así. También se preocupó por el estado que guardaría su casa. A lo mejor las lluvias del verano reciente habían afectado el techo, pues antes del encarcelamiento tenía el proyecto de recubrirlo por completo para evitar filtraciones y goteos. Se imaginó que quizá su mujer lo único que hubiera podido hacer sería colocar cubetas para recibir el agua de las múltiples goteras o recubrir los muebles para que el daño no fuera tan severo, especialmente sobre las maderas. Del mismo modo recordó el estado que guardaban los muros de su casa y de la urgente necesidad de otra capa de pintura para cubrir todos los desperfectos. Se sorprendió de los muchos pendientes domésticos que tendría que enfrentar en cuanto quedara en libertad y sonrió satisfecho, sabedor de que ésos trabajos le permitirían hacer más llevadera su reinserción familiar. Expresó su deseo porque su mujer no hubiera agotado la reserva de los ahorros familiares, pues de ser así, se verían en una situación muy difícil que los pondría quizá en el punto mismo de tener que vender su casa, su único hogar, para poder subsistir. Le causó dolor el pensamiento, pero luego se consoló con la creencia de que lo primero y verdaderamente importante era recuperar la libertad, pues una vez logrado esto, lo demás sería vencido con relativa facilidad. Cepillaba una tabla larga, de poco más de dos metros de extensión y de unos treinta centímetros de ancho. La madera estaba rústica, dispareja y el reto era justamente dejarla lo más plana posible. Con la cuchilla de la garlopa, Norberto iba y venía devastando la pieza, extrayendo pequeñas piezas de viruta. Casi sin darse cuenta, sus pensamientos silenciosos se convirtieron en palabras expresadas con toda claridad de voz. —Sí, lo más importante para el hombre es la libertad. Sin ella se puede tenerlo todo y el hombre no pasa de ser una fiera, un animal en cautiverio, sin voluntad, sin nada. —Las cárceles matan hasta la voluntad de redención. Uno se convence que nadie es inocente, mucho menos quien nos señaló a la hora de la detención, e incubados odios y deseos de venganza. Sólo para eso sirve la cárcel. —Aquí se concentran todos los resentimientos. El que entra inocente tiene la esperanza de salir pronto para ser mejor; cuando ha pasado un tiempo, quiere salir de prisión con la idea fija del desquite. —Nadie nos pregunta qué nos hace falta para alcanzar la reinserción social. Sólo somos presos, números, cosas. Si alguien muere, se llenan unos formatos, se hace una declaración y la vida continúa. Hay cientos o miles allá afuera que vendrán a sustituir al interno que murió. —La sociedad cree que todo se resuelve aislando a los delincuentes, escondiéndolos, segregándolos del cuerpo colectivo. No mirarnos no implica terminar con el problema. Es como si alguien que tuviera una pierna gangrenada, quisiera solucionarlo simplemente con no mirase la extremidad. —¿Algún entenderán que nada se soluciona si se saturan las cárceles de personas? —¿A alguien se le ocurrirá un día, verdaderamente hacer un estudio para determinar los motivos exactos que orillaron a una persona a delinquir y entonces considerar tales causas en la toma de una decisión o sentencia? Cualquiera que escuchara a Norberto, lo tendría seguramente por un gran teórico, por un potencial revolucionario del pensamiento criminalista en el país. Sin embargo, al poco tiempo la mente comenzó a divagar, a ir por caminos intrincados, a meterse en camisa de once varas, a perderse en el océano del razonamiento. —Desde la creación del mundo ha habido verdad y mentira; luz y tinieblas; bondad e ingratitud; bien y mal. —Nos fue prometido que a final de cuentas iba a prevalecer el bien y que el mal sería derrotado; que los hombres pacíficos y nobles iban a heredar la tierra como potestad, para hacer florecer los productos del bien. —El mal no prevalecerá, porque fue creado para ser vencido por la luz del bien. Las tinieblas no tienen potestad sobre el día. La oscuridad no puede nada contra una sola partícula del bien. —La inocencia, la inmaculada inocencia, a pesar de mezclarse con los que son culpables, seguirá siendo límpida, pura y rebosante. El que es inocente lo lleva grabado en la frente, del mismo modo que el culpable lleva marcado con hierro el estigma de su crimen. Dejó de trabajar. Tomó un palo del suelo, a manera de báculo, y salió para encaramarse en un tinaco vuelto al revés, en actitud de prédica. —¡Hay que arrepentirnos, porque ésa es la única manera de salir de aquí, de dejar atrás el pecado, de salvar nuestras vidas y nuestras almas, de ganar la libertad! —¡Sólo saldremos de aquí cuando hayamos obtenido la purificación por el sufrimiento, cuando tengamos la humildad para reconocer nuestros defectos y errores, cuando sepamos valorar lo que perdimos cuando éramos libres! Algunos volvieron la mirada al curioso hombre que, con grandes ademanes y voz enronquecida por el esfuerzo, trataba de darse a entender y de ganar seguidores, siempre agitando su improvisado báculo. Las reacciones fueron diversas, desde los que pasaron sin siquiera concederle una mirada, los que lo vieron y escucharon sonriendo en actitud de burla manifiesta, los que le concedieron unos instantes de atención genuina y sincera pensando que se trataba de un mensaje realmente importante y, no podía faltar, el que le gritó improperios tildándolo de loco de remate. Lo más grave fue que, en pleno clímax de la peroración de Norberto, una piedra voló por los aires y le pegó de lleno en el pecho. El orador calló indignando y dolorido, no por la fuerza del proyectil, sino por haberse sentido lastimado en su amor propio. Localizó rápidamente con la mirada el origen de la pedrada, bajó de su pedestal y corrió enfurecido a castigar a quien lo había interrumpido. Nadie pudo o nadie quiso detenerlo, acaso porque no imaginaron que verdaderamente tendría intención de apalear al impertinente; acaso no lo hicieron por no perderse el sabroso espectáculo de mirar a un interno gordo aporreando a un flaco, a causa de haber interrumpido la exposición de sus locuras. Por lo que sea que haya sido, en menos de dos minutos el flaco yacía aporreado y con heridas que, sin ser de gravedad, sí dejaban de causarle mucho dolor. Por otra parte, el gordo, extenuando de la paliza que había propinado, se quedó sin fuerza y se sentó en el suelo a descansar, facilitando en todo que los custodios, apercibidos del desorden llegaran por él, tomándolo de los brazos, obligándolo a ponerse de pie y conduciéndolo a una de las celdas de castigo. Unas dos horas después, ya que los ánimos se habían calmado, uno de los custodios que tenía cierta estima por Norberto le habló desde la rejilla de la puerta de la celda de castigo. —Debes tratar de controlarte. Yo escuché decir que tu caso va por buen camino y que es muy probable que ganes tu libertad. Si te empeñas en tener mal comportamiento, puedes influir en la decisión del juez y hacer que dejen aquí otros meses y no creo que sea eso lo que quieras. —Es que me tiró una pedrada… —No tienes que justificarte conmigo. Todos vieron como iniciaron las cosas, pero exageraste en tu reacción. Para tu fortuna no le pegaste ningún golpe contundente. ¡Imagínate que le hubieras golpeado la cabeza o sacado un ojo! Te habrían tenido que iniciar un nuevo proceso por lesiones. Ya ves que aquí las cosas son difíciles. Yo te aconsejo que durante estas semanas te portes lo más tranquilo que puedas. Lucha por tu libertad comportándote adecuadamente. No sé quién te esté pagando el abogado, pero dicen que es muy bueno, porque el juez lo escuchó con toda consideración. No eches a perder ésa ayuda que te están dando. —Sí, lo entiendo, trataré que no vuelva a suceder. —Te dejo. Te dejarán aquí hasta mañana al medio día. Trata de descansar. Norberto escuchó cerrarse la ventanilla externa y se quedó en la soledad. Estaría encerrado allí todo un día. No estaba tan mal. La celda era más grande que otra en la que lo habían metido en ocasiones anteriores. Ésta tenía un retrete propio y había un cobertor viejo para usarlo como cama. Suspiró hondamente y se dijo que tenía veinticuatro largas horas de inactividad y que lo mejor era tratar de dormir, por lo que se tiró en las cobijas viejas, procurando conciliar lo más rápido posible el sueño. En la enfermería el médico atendió las heridas del flaco contundido por Norberto. La verdad es que no eran heridas de mucha consideración. Cuando se enteró de todo lo que había sucedido, fue a la oficina del encargado de la dirección, pidiendo una audiencia. —Lo que ha pasado con el interno Norberto Santisteban es una manifestación que no podemos dejar pasar. Es mi obligación como médico llamar su atención sobre el daño que seguramente ya tiene en su sistema nervioso y que seguramente ya puede ser catalogado como un trastorno neuronal, por lo que es urgente que el hombre sea tratado por un psiquiatra, pues de lo contrario el daño se seguirá agravando y corremos el riesgo de que atente contra su vida o contra la de los demás. —Le comprendo bien, doctor, y agradezco su celo profesional. No tenemos psiquiatras directamente asignados a este centro de reclusión, pero podemos hacer la gestión de una consulta externa, a través de nuestra dirección general. Por tanto, le pido que pueda usted integrar un informe médico que sirva de soporte para que yo haga la petición respectiva. El problema más grande no es que lo atiendan, sino cuándo lo atenderán, porque no le oculto que hay una lentitud exagerada para dar trámite a este tipo de solicitudes. Pero, en fin, haremos lo que esté en nuestras manos. El médico salió del despacho con el deseo sincero de integrar el documento que se le pedía. Comprendía muy bien la advertencia del encargado de la dirección en torno de la lentitud con que se movía el sistema penitenciario en general y en particular acerca de los temas relacionados a la sanidad y la atención médica especializada de los internos. No eran escasos los internos que habían muerto a casusa de la ausencia de medicamentos o de la tardanza en la práctica de estudios de gabinete o por intervenciones quirúrgicas que simplemente nunca llegaban. Él mismo tenía que lidiar con todo tipo de limitaciones. Los medicamentos más elementales escaseaban. No tenía suficiente instrumental médico y a veces ni siquiera tenía a su alcance material de curación. De todos modos, se dijo que era importante atender el caso de Norberto y se encerró durante media hora en su consultorio a hacer la redacción del documento que le habían solicitado. Una hora después entregó a los auxiliares del encargado de la dirección el documento en que sustentaba la necesidad de remitir a Norberto Santisteban a que le practicaran una serie de estudios y valoraciones acerca de presuntos daños en su sistema nervioso, por lo que podría estar afectado con la aparición de un trastorno neuronal severo. Contrario a lo que había deseado, Norberto no pudo quedarse dormido de inmediato. Se puso a pensar en lo que le había sucedido. No entendió muy bien porque mudó tan rápidamente sus pensamientos y sobre todo porqué tomó la decisión de hacer una prédica en el patio, subido en el tinaco vuelto hacia abajo. Tuvo miedo de haber perdido el control mismo de su mente. ¿Qué pasaría si ésos acontecimientos bochornosos y peligroso se hicieran más frecuente?, ¿qué podría llegar a ser? Y es que no lo es lo mismo ser un loquito chistoso, amable, que nadie hace daño, que uno que agrede y se convierte en enemigo público y puede llegar a constituir un peligro para la comunidad. Le sonaba igualmente riesgoso lo que le había expresado el custodio en torno de que un mal comportamiento podría hacer que el juez cambiar de decisión y en lugar de mandarlo derecho a su casa, como tenía prometido, se le alargara el periodo de internamiento en la cárcel bajo el pretexto de que debían someterlo a un serie de tratamientos para que recuperara la salud. Le enojaba y le preocupaba al mismo tiempo que esto llegara a suceder, por lo que se repetía de forma incesante que debía estar tranquilo, manejar sin estrés sus emociones y no perder el control de su comportamiento por ningún motivo para que los demás tuvieran prueba palpable de que era un hombre sano, digno de salir otra vez a la calle. Poco a poco, con estas preocupaciones, derivado del cansancio y de las emociones, Norberto se quedó dormido. Se soñó en el exterior de su casa. Estaba con ropa de trabajo y se disponía a pintar los muros. Tenía una cubeta de pintura blanca y una brocha en la mano. Comenzaba a pintar, esparciendo el recubrimiento a lo largo de la pared, dándole un hermoso tono claro, pero en cuanto terminada y veía el muro completo, éste se había vuelto gris, como el color del cemento, como el color de los muros de la prisión. Él volvió a tomar su brocha y se afanaba otra vez en la tarea, pero al final, volvía a pasarle lo mismo. Desesperado por la broma o por el efecto, lanzaba con todas sus fuerzas el contenido de la cubeta contra el muro, haciendo una mancha blanca enorme, pero en cuanto se acercaba con la brocha a tratar de esparcir la pintura, ésta se volvía de color gris. Soñó que hacía un mohín y entraba en la casa, sentándose en el sofá y encendía el televisor para ver el partido de futbol. De pronto, el narrador emocionado se preparaba para cantar un gol y en ése momento preciso se perdía la señal, dejando la pantalla en un color gris total. Norberto apagaba el aparato y lo volvía a encender y el fenómeno se repetía exactamente igual. Al tercer intento decidió dejar por la paz el televisor y salir a disfrutar el brillo y el calor del sol, pero cuando cruzó la puerta, en un acto inusitado, el cielo se llenó de nubes grises y el sol se ocultó. Entró en la casa y por la ventana vio como el sol volvía a resplandecer, así que se decidió a salir otra vez, pero de inmediato el cielo volvió a encapotarse. Le pareció tonto lo que le estaba pasando y se dijo que era natural, porque finalmente estaba soñando. Todo volvería a la normalidad si se decidía a despertar. Se decidió a abrir los ojos y cambiar ésos sueños alocados por otros más cuerdos. Contó “Uno, dos, tres”, y abrió los ojos. Despertó en la celda de castigo. En ése momento percibió una presencia extraña. Era su mujer. Estaba a tres pasos de él, tal como la recordaba la última vez. —No te asustes, Norberto. Soy yo. —¿Cómo llegaste aquí? ¿Qué haces aquí? —He venido a decirte que necesitas un poco más de paciencia. Ya estás cerca de recuperar tu libertad. Ya casi lo logras, pero necesitas estar bien y prepararte para que te reintegres a la vida. —Sí, eso me han dicho, pero no pude soportar el coraje de un tipo que me tiró una piedra; lo golpeé y me castigaron en esta celda. —Es indispensable que estés tranquilo, que te portes bien, que seas buen compañero… Ya casi llega tu libertad. —En eso estaba pensando antes de quedarme dormido. Voy a ser un interno ejemplar en estas semanas. Ahora sí, ya puedo despertar. —No necesitas despertar, Norberto; esto no es un sueño. —Pero, entonces ¿qué haces aquí? —Vine a decirte que te quiero mucho, que sé que tendrás la fortaleza para seguir adelante para continuar tu vida, ahora que estés libre. —Quiero ser libre para regresar contigo. —Norberto, te amo. Sólo he venido a despedirme. La figura de la mujer se fue diluyendo como un banco de niebla.

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