martes, 6 de noviembre de 2018

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—Yo aprecio mucho a Norberto. Fue un gran compañero de juventud y aunque luego el destino separó nuestras vidas, seguimos teniendo contacto con cierta frecuencia. Cuando vino a buscarme el sábado pasado y me expuso su problema le dije que le podía ayudar poniendo a su servicio un abogado que trabaja para mi tienda. La idea original era que se le tramitara un amparo para evitar que fuera detenido, y por eso también le recomendé que saliendo de aquí acudiera al ministerio público a levantar una denuncia, pero supongo que lo detuvieron antes de que pudiera hacer este movimiento. Ahora de lo que se trata es de aportar el mayor número de elementos de probanza para demostrarle a la autoridad que él no robó el dinero, sino que fue víctima de un asalto. —Efectivamente señora, se trata d demostrar la inocencia del contador. Pero le comento que no está muy fácil tal demostración. En nuestra contra tenemos que el banco hizo toda la operación contable de pagar el cheque que llevaba el contador. Poseen el original del cheque debidamente endosado, la orden interna con la que la cajera acudió a la bóveda para que le dieran el efectivo; tienen también el recibo firmado por el contador en donde consta documentalmente que le dieron todo el dinero y, sobre todo, hicieron la afectación contable de la cuenta de la empresa. Esto quiere decir que documentalmente el banco nos alega que ellos pagaron el cheque y que, una vez el dinero en las manos del cliente, ya no tienen ninguna responsabilidad. —Pero deben tener los videos donde se vea qué es lo que pasó… —Ésa es exactamente nuestra más sólida apuesta. Por la narración de los hechos que hizo el contador al licenciado Rivera, aquí presente, uno de los asaltantes lo golpeó en la boca con un arma y lo derribó. Nuestro temor es que en el video del banco no se vea con la suficiente claridad ése momento, o no se distinga la figura del contador Santisteban o, incluso, que el mismo banco, con tal de no asumir responsabilidad, oculte o edite los videos. —¡Dios mío! ¡Qué desgracia! —Estamos tratado de aportar alegatos y peticiones de peritajes. Por eso hemos solicitado la ampliación del plazo constitucional para la declaratoria del estado legal del contador. Por ejemplo, hemos solicitado que se le practique un peritaje por un odontólogo experto para que se determine la fecha y la razón de la fractura de las piezas dentales del contador. Hemos solicitado la declaración de la odontóloga que atendió en un primer momento al contador, a donde usted misma lo acompañó. De la misma manera ya estamos investigando el nombre de los paramédicos que acudieron a la sucursal del banco y que levantaron del piso al contador y lo ayudaron en un primer instante. Es fundamental para nosotros la declaración de la cajera que atendió al contador Santisteban, aunque también tenemos el riesgo de que declare en nuestra contra, es decir, diciendo que ella pagó el dinero antes de que se efectuara el asalto. —Como ve, señora, estamos tratado de ayudar a mi amigo. Nadie quisiera estar en su condición en estos momentos. De mi parte, cuente usted con todo mi apoyo, a través del trabajo del abogado Sánchez Lima. Vamos a hacer todo lo que esté a nuestro alcance. Comprenda usted que, por la misma naturaleza del caso, nuestras desventajas en la probanza y hasta la propia corrupción que priva al interior del sistema penal, todo esto va a ser muy lento, pero no hay que desesperar. Afortunadamente, por ejemplo, ya sabemos en qué prisión se encuentra y supongo que el próximo día de visita usted tratará de hablar con él. —Sí, así lo haré. —Por favor, llénelo de ánimo. Dígale que su amigo está poniendo manos a la obra para asistirlo en este penoso trance, que nos ayude estado tranquilo, conservando sus fuerzas y esperanzas. Desde aquí haremos todo lo que esté a nuestro alcance. —Licenciado, yo le doy las gracias por todo este apoyo y pido a Dios que lo llene de bendiciones por siempre. La mujer salió un poco más animada, consciente de todas las dificultades que tenía enfrente y otras que debían venir. Se dijo que debía acopiar todas sus fuerzas y valentía para no derrumbarse. Su primer objetivo era hacer una visita a su esposo en la prisión. Debía averiguar todos los datos relativos y se dispuso a investigarlos para tomar todas sus medidas y no perder, por ningún motivo, la ocasión de ver y de hablar, aunque fuera por unos minutos a su esposo, para inyectarle ánimos para seguir en la lucha. Con mucho trabajo consiguió el nombre y la dirección de una madre que tenía a su hijo internado en la misma prisión y se acercó a ella pidiendo orientación y todos los detalles relacionados al modo de llevar a cabo las visitas en la cárcel federal. —¡Ay señora! Siento mucho que pase usted por esto. Es muy duro. Es muy doloroso. A mí se me acabó la mitad de la vida cuando encarcelaron a mi Jesús. Pasaron casi cuatro meses hasta que me permitieron verlo durante quince minutos. ¿Se imagina? Según está acusado de narcomenudeo y desde hace dos años no le han comprobado nada. Nomás dicen que su expediente está esperando por otros elementos de probanza, pero mientras tanto, me lo tienen allá, metido como un animal. Si viera cómo ha cambiado. Sus ojos, sobre todo sus ojos… Tiene una mirada como perdida, su voz es débil. Antes era muy alegre, cantaba en el grupo de la rondalla, tenía una voz preciosa… Ahora… La que explicaba no pudo resistir y comenzó a llorar. La mujer del contador Santisteban se sintió contagiada por ése sentimiento y también descargó en llanto, abrazando a su compañera de sufrimiento. Luego de unos minutos, ambas se fueron calmando y retomaron el hilo de la conversación. —A nosotras nos lleva un sobrino cada mes. Este domingo que viene nos toca ir. Salimos de aquí a las dos de la mañana. Tenemos que estar desde muy temprano para formarnos, porque es un mar de gente. Ya si llega una después de las cuatro de la mañana, la fila es enorme. Hay que llevar ropa clara, la identificación personal. No se permite darle a los internos alimentos ni dinero ni cualquier otro objeto. Lleve las uñas bien recortadas, de manos y de pies. De preferencia no lleve aretes, pulseras ni anillos, nada de metal. Hay que llevar un poco de dinero para repartir, ya sabrá usted, ésas gentes nomás quieren quitarnos lo poquito que tenemos, pero si no les damos es peor, porque simplemente no nos dejan pasar. ¡Ah, los sufrimientos y las humillaciones que ha de pasar una por los hijos! La mujer del contador Santisteban agradeció el ofrecimiento y a su vez prometió compartir los gastos del traslado. Fue al banco y consultó el saldo que tenía tanto en su cuenta corriente como en la de ahorros. Por fortuna, el contador le había confiado tarjetas adicionales, pues de otro modo, con su esposo en prisión, habría tenido serios problemas para acceder al dinero. En la cuenta de ahorros había dinero suficiente para vivir sin dificultades unos dos años, pero se prometió utilizar los recursos con toda moderación, pues no sabía los gastos que debía hacer en el futuro, ni tampoco hasta cuándo podría tener dinero fresco o propio. Se dijo que una vez que las cosas se calmaran un poco, debería buscar algún empleo o cualquier actividad productiva que le permitirá sobrevivir sin depender exclusivamente de los ahorros de la familia. El sábado por la tarde, la mujer del contador Santisteban preparó todo lo que iba a necesitar: dinero, comida para sí misma y para compartir con las otras personas, la ropa clara y ligera que le pidieron llevar. A las seis de la tarde, antes de tomar sus alimentos y medicamentos e irse a dormir, bajó el rosario que tenía guardado y, como Dios le dio a entender, se puso a rezar los padres nuestros y las aves marías, sin preocuparse mucho por los misterios a considerar, la letanía o los rezos complementarios. Solo tuvo atención en pedir fuerza, inteligencia y prudencia para poder afrontar su condición tan difícil y que Dios protegiera a su esposo en la prisión. Durmió lo más que pudo. A la una de la madrugada sonó el despertador y de inmediato se metió a la ducha y luego se puso la ropa que había elegido en la víspera. Se tomó un instante para hacer una revisión de sus cosas y, santiguándose, salió de su casa con rumbo a la de la vecina para ir al penal federal. A las tres de la mañana llegaron a las inmediaciones de la prisión. Se veía tétrica, monstruosa, con enormes muros impenetrables. El conductor no bajó del vehículo, solo se acomodó para dormir, cubierto con un grueso cobertor de lana. Bajaron la madre y la hermana de Jesús y la esposa del contador Santisteban, y comenzaron a hacer un recorrido de casi dos kilómetros hasta se encontraba ya tirada la fila. Una vez hechas de su posición, no había que hacer otra cosa sino esperar. A las nueve de la mañana se abrían los registros y comenzaba el lento, tortuoso y hasta humillante, proceso de registro personal para luego tener que esperar nuevamente en el área asignada. La madre de Jesús dijo que en ocasiones habían pasado hasta la una de la tarde y sólo se les permitía hablar con su familiar durante quince minutos exactos. La mujer del contador Santisteban suspiró hondamente y se dijo preparada para soportar el suplicio, con tal de ver y hablar con su compañero de vida. Hacia las siete de la mañana, cuando apareció el sol, la mujer comenzó a sentir cansancio. La gente estaba sentada, en fila, sobre la tierra, procurando entretenerse en cualquier cosa. Incluso había quienes llevaban sus colchonetas y sus cobertores y se tiraban a dormir en el suelo. La mujer del contador Santisteban compartió con las otras dos mujeres algunos alimentos y procuraron descansar lo mejor que pudieron. Hacia las nueve de la mañana se comenzó a ver que en la fila, que ya era enorme, movimiento y desorden. Las personas comenzaron a levantarse; los que se habían tirado en colchonetas guardaron sus cosas en sus vehículos y se dispusieron a afrontar el proceso de registro. Como a las diez de la mañana llegaron las mujeres al primer filtro. En una mesa se les pedía su identificación oficial y el nombre el interno al que pretendían visitar. —Creo que esta vez no podrá ver a su familiar, porque está reportado como castigado— dijo la mujer que hacia los registros al tiempo que abría rápidamente el cajón de su escritorio. La madre de Jesús, con la misma rapidez, tiró al interior del cajón un billete de cien pesos. —Hágame el favor de verificar, a lo mejor hay un error. —Sí, tiene razón, teníamos un error. ¿Son ustedes dos las que vienen a verlo, verdad? La oficial entregó las dos fichas que acreditaban haber saltado el primer filtro. —¿A quién visita? —A Norberto Santisteban; ingresó la semana pasada. —Déjeme ver… Si, aquí lo tengo registrado, pero me reportan que no puede verlo porque el día de hoy tiene audiencia con el juez de su causa. —Hágame el favor de verificar, quizá haya un error. —A ver, déjeme ver— y la oficial abrió rápidamente su cajón del escritorio al tiempo que la mujer lanzó al interior un billete de doscientos pesos— Si, si puede pasar, le reprogramaron su audiencia. Aquí tiene su ficha. La mujer retomó su lugar en la fila. Ahora se trataba de pasar por unos arcos detectores de metales y unas máquinas de rayos X. Dos oficiales vigilaban el paso de las personas a través de estos instrumentos y, dependiendo más del capricho que del azar, iban separando a algunos para pasar a un análisis más profundo. Primero pasó la madre de Jesús y no recibió ninguna observación, por lo que su ficha fue perforada, a manera de contraseña para continuar con el proceso. Luego fue el turno de la hermana de Jesús y a continuación de la mujer del contador Santisteban. Ambas fueron separadas del grupo, con la indicación de que debían pasar a un control más profundo. La muchacha a la vez fue turnada a una fila en donde se veían mujeres jóvenes. La esposa del contador Santisteban pasó a otra fila de mujeres maduras. Iban pasando una por una a una habitación y de inmediato cerraban la puerta. —¡La que sigue! La mujer del contador Santisteban pasó a la habitación y tras ella cerraron la puerta. —¿Es la primera vez que vienes? —Sí, es la primera vez. —Muy bien, ¿a qué hora fue tu último baño? —Me bañé hoy a la una de la mañana. —Muy bien. Quítate toda la ropa, toda, y que sea rápido porque la fila está muy larga. Las palabras de la oficial fueron determinantes. La mujer no tuvo otra opción. Con rapidez se sacó los zapatos, las calcetas y luego todo lo demás hasta quedar completamente desnuda. —Colócate frente a la plancha de exploración. Ahora vuélvete de frente a la pared. Agáchate hasta tocar la plancha con tu cabeza. Con tus manos, separa tus glúteos lo más que puedas… La mujer luchaba contra su pudor, contra su amor propio, se repetía que todo era por una buena causa y que eso no debía afectar en nada su ánimo. Pasó un minuto en ésa posición, esperando a recibir la siguiente indicación de la oficial. —Ya, ya puedes vestirte. Que pase la siguiente. Con rabia contenida la mujer del contador Santisteban recibió la perforación de su ficha como contraseña de que había pasado por el segundo filtro. Un par de minutos después se le integró la hermana de Jesús. Venía también con el rostro compungido. Adivinó que necesitaba abrazarla para que sacara a tensión acumulada. —A mí hasta los dedos me metieron por ambos lados—, dijo la chica al oído de la mujer mayor, sabedora de que no debía comentar esto con su madre. La mujer el contador Santisteban la llenó de besos, procurando consolarla lo mejor posible y continuar con su peregrinaje. Como una hora después se reencontraron con la madre de Jesús, en un enorme patio que servía como sala de espera. Eran las diez y media de la mañana y el sol era intenso. La fila iba y venía con el caprichosa cabrioleo de una tira de dominó. Cada quince minutos pasaba un grupo de cincuenta personas. La hermana de Jesús calculó que faltaban unas cuatrocientas personas para que llegara su turno, de manera que demorarían una hora y media bajo ése intenso sol. Casi al medio día pasaron las cincuenta personas previas a las mujeres. Dos oficiales hicieron la cuenta del siguiente grupo de medio centenar de individuos. Luego, uno tomó una caja de cartón negro con una abertura, a manera de urna, indicando que la gente fuera depositando la ficha de ingreso que les habían dado. La gente depositaba la ficha doblada y dentro un billete de cien pesos cada uno. Hecho esto, el oficial de atrás les entregaba otro papel con un número que iba del uno hasta el cincuenta, para indicarles qué locutorio les correspondía. A la madre y la hermana de Jesús les tocó el locutorio número veinticuatro y a la mujer del contador Santisteban le tocó el veinticinco. Cuando les correspondió entrar, se encontraron con un largo pasillo. A cada metro de distancia había una reja como los rediles con que se conduce a los animales. Los visitantes buscaban el número que les correspondía y entraban. A los tres metros había una malla metálica. Hasta allí podían llegar, de manera que hablaban con sus familiares detenidos a través de una reja. Eso era todo. La mujer del contador Santisteban llegó el número veinticinco y, con el corazón agitado y anhelante. se imaginó volver a ver a su marido, enfundado en un uniforme de prisión. Se repitió que debía ser fuerte, tratar de no llorar, de no flaquear, de inyectarle ánimos, de convencerlo de que afuera estaban luchando a brazo partido para sacarlo de ahí lo antes posible, que él debía cooperar no dándose por vencido, no dejándose deprimir ni enfermar… Llegó al límite de la reja, pero no encontró a nadie. Miró para todos lados, como buscando una respuesta. No quería aceptar que luego de tanto sacrificio, de la afrenta y la humillación, no pudiera llegar a su objetivo. Bajó la mirada y, junto a la reja, miró un buzón, como los que se usan en las casas para recibir la correspondencia. Había un letrero: “15 MIN = $ 500; 10 MIN = $ 300; 05 MIN = $ 200; MUESTRA Y DEPOSITA” De manera que comprendió que había que dar una nueva cooperación. No lo pensó mucho. Sacó su cartera, extrajo un billete de quinientos pesos y lo mostró en todas las direcciones para finalmente depositarlo por la rendija del buzón. En unos segundos escuchó como se corrían unos cerrojos del otro lado de la puerta y aparecía su marido, Norberto Santisteban, como desorientado, sin saber por qué lo habían metido allí, ni lo que iba a encontrar.

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