martes, 6 de noviembre de 2018

15

—Pues sí, señor, lo entiendo perfectamente, pero imagínese las tremendas complicaciones operativas que tendríamos si nos pusiéramos a considerar que cada interno, en potencia, es un enfermo mental, o al menos está propenso para sufrir alguna alteración o afectación en su desarrollo mental. Prácticamente no tendríamos un solo criminal, sino cientos de miles de perturbados o enfermos neuróticos que, como parte de su degeneración neuronal, habrían cometido cualquier abuso y la sociedad tendría que tratarlos con cariño, en lugar de aplicarles todo el peso de la ley por el dolor, la ofensa y el daño causado a la comunidad y a la propia ley. —Pues nos están pidiendo que para este caso haya la atención especializada, pues se sospecha que existen los indicios necesarios para creer que el interno estaría en camino a sufrir un trastorno mental mayor… —No, doctor, definitivamente no. Esto es una cárcel, no un hospital psiquiátrico. Nosotros no podemos hacer nada por la atención que nos piden. Comprenda que nuestra labor es mantener el orden a interior de estos muros, lo demás, no es asunto nuestro. Si en su momento el juez de la causa nos ordena hacer las diligencias para la atención médica especializada, no tenemos otra alternativa que obedecer, pero sólo hasta ése momento. En este instante estamos operativamente imposibilitados. ¿Qué podríamos hacer?, ¿mandar a una clínica psiquiátrica y distraer al menos cuatro custodios para cuidarlo de día y de noche para evitar que escapara?, ¿sabe cuánto costaría eso?, ¿sabe la observación que tendríamos por distraer recursos públicos de esta manera?, ¿puede valorar los riesgos que se asumirían al llevar y traer a un interno de aquí para allá? —Bueno, pues simplemente considere entonces que lo puse sabedor de la petición. —Le doy las gracias por eso. El documento será contestado por nuestra sección jurídica, diciendo que no tenemos facultades legales para acceder a los que nos piden. Si quien redactó la solicitud es un abogado, sabrá entender lo que le estamos queriendo decir y si insiste en su petición, sabrá encontrar los caminos legales para lograrlo. —De acuerdo, señor director, así se hará, aunque me permito comentarle, estrictamente a título personal, que yo he visto al interno de referencia y sí se ve perturbado. No podría decirle qué tan dañado está, pero a simple vista se detecta que el hombre está perdiendo su equilibrio mental. A eso hay que aunarle las enfermedades que sufre y el riesgo es mucho mayor. —Tengo entendido que para las enfermedades cardiovasculares, se la administran diariamente los medicamentos. Eso dice la bitácora. —Así es, y también según nuestro registro, el odontólogo que atiende a los internos le hizo endodoncia en los dientes que traía fracturados y se los reconstruyó. —Sí, lo sé, para que vea usted que sí hacemos lo que podemos, siempre que esté dentro de nuestras facultades y que tengamos los recursos para hacerlo. —Bueno, pues por último le sugiero que le pida a los custodios de la zona que estén atentos a cualquier cambio en el comportamiento del interno, pues puede caer en episodios de depresión profunda y alcanzar incluso estados de alteración y ansiedad que deriven en atentados contra su vida o contra los demás. Ojalá que no suceda, pero hay que estar atentos de cualquier modo. —Así se hará, doctor; pierda cuidado. El médico salió del despacho del director al menos con la conciencia tranquila por haber dicho lo que tenía que decir. Finalmente él no era sino un subalterno que obedecía órdenes y disposiciones de la superioridad pero, con ése acto, se aseguraba de que no hubiera futuras reclamaciones por no haber advertido a tiempo sobre el problema. Se dirigió a su puesto en la enfermería y espero que no fuera un día con mucha actividad. Los enfermeros ya esperaban cada cual en su sitio y los primeros cinco internos programados para consulta ése día estaban ya sentados en la sala. Uno a uno fueron pasando a su respectiva revisión. Los enfermeros, al tiempo de hacer la labor de auxiliares del médico, también fungían como custodios, por si se presentara la necesidad de atender cualquier contingencia de amenaza o violencia. La experiencia enseñaba que nunca era bueno confiarse de los internos, pues a pesar de que la gran mayoría acudían a las consultas tranquilos y con amabilidad, siempre existía la posibilidad de que se alteraran o incluso usarán al médico como rehén. Sobra decir que el médico estaba acostumbrado ya por muchos años al trato con los internos y sabía los riesgos que su labor implicaba. —¿Cómo te va, Norberto?, ¿te tomaron los signos vitales? —Sí, doctor, creo que estoy bien. Salí con 130/80, me parece que está bien. —Sí, estás bien. Veamos ahora la lectura de glucosa. Andas con 200 de glucosa. Todavía es aceptable. ¿Te has sentido mal en los últimos días?, ¿cómo va lo de tus dientes? —De los dientes, no me duelen, doctor. Creo que la reconstrucción quedó bien. Me dijo el dentista que el material era bueno, aunque dijo que no se pudo igualar exactamente el color. —Pero ése es un pequeño detalle. Lo importante es que te sirvan y que sientas bien. —Claro, pues sí, me siento bien. —Oye, Norberto, ¿has sentido algún cambio en tu comportamiento en las últimas semanas?, ¿te has sentido especialmente ansioso, con ganas de correr, con ganas de golpear a las cosas o a las personas? —Sí, doctor. A lo mejor le dijeron que una vez le di de patadas a la puerta del taller de carpintería porque me sentía muy enojado porque el juez de mi causa no quiso avanzar nada en una audiencia sólo porque mi abogado no estaba presente. Me castigaron. Pero en otras ocasiones si me he sentido muy distraído. Me duele mucho que mi mujer parezca haberse olvidado de mí. Hace ya varias semanas que no la veo. Antes al menos me mandaba alguna nota, pero ahora ni eso. Me preocupa que algo le haya sucedido o le esté pasando. Quizá está muy enferma. Todo eso, doctor, me tiene muy inquieto. Tiene razón, ha habido momentos en que quiero correr, golpear a alguien, rasguñar las paredes… siento que no quepo en el mundo. Incluso he llegado a sentir que me persiguen aunque, desde luego, no es cierto. —Mira, te doy estas pastillas. Son para que sientas muy tranquilo. Ya ves que son muy pequeñitas. Pues tienes que partirlas con mucho cuidado. Te vas tomar una mitad antes de dormir y la otra mitad cuando despiertes, pero, te repito, sólo la mitad. Si sientes algún malestar, le dices al guardia de turno para que vengas de inmediato a verme, ¿me entendiste? —Entendido, doctor, la mitad de la pasilla antes de dormir y la otra mitad al despertar. —Exacto, Norberto. Con este medicamento te vas a sentir mucho más tranquilo, en tanto vemos cómo evoluciona tu caso. —Muchas gracias, doctor. Norberto salió del consultorio y abrió la caja de comprimidos. Tenía dieciséis pastillas, lo que, multiplicado por dos, debía durarle poco más de un mes. Se guardó el medicamento en el bolsillo del pantalón y se fue caminando, como de costumbre, lo más lento posible hacia su celda. La lentitud era también explicable porque ése día tampoco había recibido autorización para dedicarse a ninguna actividad productiva, de manera que le urgía que las horas pasaran lo más rápidamente posible o bien que el tedio no se apoderara de su mente, para no dejarlo divagar. Se le ocurrió sentarse en una banqueta, ya en el área en que debía permanecer y, con una varita que encontró tirada, se puso a dibujar en un área de tierra algunos planos, según había aprendido de su convivencia de muchos años con ingenieros civiles y arquitectos. Naturalmente, a fuerza de verlos, Norberto había aprendido a interpretar un plano arquitectónico y, para acelerar el paso del tiempo, se puso a dibujar sobre la tierra con todo el cuidado que le fue posible, los planos de una casa. A varios les llamó la atención la posición que guardaba el interno y se acercaron. Hubo quien quiso, de forma grosera, borrar a pisotones lo que estaba esbozando, pero no faltó quien lo detuviera para poder contemplar la obra terminada. Cuando al fin terminó con los trazos, uno de los internos se le acercó. —Oye, entiendes muy bien de planos, ¿eres ingeniero o arquitecto? —No, soy contador público, pero por más de veinte años trabajé para una constructora, de manera que, de tanto mirar los planos, terminé descifrándolos. —Pero entonces, ¿puedes leerlos bien, hacer cálculos, proporciones, proyecciones? —Pues sí; no te diré que soy un experto, pero son cosas que de tanto repetirlas, terminé por entenderlas. —A lo mejor podrías ser de utilidad, ¿te interesaría trabajar para uno de los jefes? —No entiendo para qué. —Pues mira, básicamente es para que enseñes a un compañero que quiere aprender a interpretar los planos, como tú. Él siempre quiso ser arquitecto o ingeniero, pero ya ves, la de malas y la de pobres, nunca se le hizo; y peor, cuando se metió de malandrín, pues definitivamente abandonó toda posibilidad de ir a la universidad, pero yo le he oído decir muchas veces que su ilusión más grande en la vida es aprender a interpretar un plano. ¿No te gustaría ayudarlo? Es un por un buen amigo, por un compañero como nosotros. —Bueno, lo haré, aunque te aclaro que no soy un experto. —No importa; vamos, a lo mejor puedes dar la solución. Los dos internos se pusieron en camino hasta una celda distante. Antes de llegar, el solicitante pidió a Norberto esperar para ser anunciado. Como a los quince minutos volvió por él e ingresaron a la habitación en donde había dos hombres con el rostro tatuado con diferentes figuras. —¿Puedes decirlos qué significa esta figura en el plano?— preguntó de ellos sin apenas detenerse a mirar las facciones del recién llegado. Norberto se inclinó sobre el papel y comenzó a examinar la naturaleza del dibujo. Después de unos minutos y de recorrer con el dedo índice los diversos trazos, dijo sin levantar la cabeza del papel: —Lo que aquí se representa es un muro externo y concretamente en este punto se señala un segmento débil, un adelgazamiento en el grosor, como se hacía en tiempos antiguos para hacer paredes falsas, para poder esconder algo o, en su caso, para derribarlos con facilidad y entrar o salir. —¡Lo sabía! ¿Dónde está exactamente? —Veamos… Si se toma de referencia la esquina norte son… doce metros y cincuenta centímetros hacia el sur… Sí, exactamente allí. Uno de los hombres tatuados desplegó otro plano sobre el piso. —Eso es atrás de la torre de vigilancia. Exactamente detrás de los pilares que sostienen la caseta. Sí, hay un vacío de unos cincuenta centímetros y es un punto ciego para el vigilante. ¡Bueno, ya! ¡Gracias y vete! El tatuado envolvió rápidamente sus planos y los puso detrás de su espalda celosamente, mientras Norberto salía de la celda escoltado por quien lo había invitado. —Oye, a ellos no les gustaría saber que andas platicando lo que viste. —No te preocupes; no le diré nada a nadie. —Te regalo un cigarrito. Es de los buenos. Yo mismo los preparo con hierba de la mejor. Es de calidad, no como los que venden aquí que ya casi le echan pasto. Te lo obsequio. —Muchas gracias, lo fumaré después. Norberto guardó el cigarro en la bolsa de la camisa y regresó caminando lentamente al área de su celda. Al llegar la noche y prepararse para dormir, recordó el medicamento que el doctor le había entregado por la mañana. Con mucho cuidado extrajo un comprimido, lo partió en dos partes casi iguales y se tragó una mitad. Ésa noche durmió sin ninguna interrupción, incluso despertó sin recordar si había soñado. Por la mañana se sentía muy animado, fresco, hasta sonriente. Era la primera vez que sonreía desde que ingresó a la cárcel. Pensó que el medicamento era realmente bueno y de inmediato buscó la segunda mitad del comprimido para ingerirlo. Durante todo el día mantuvo su buen semblante y no recayó en pensamientos nefastos o pesimistas. Su atención de mantuvo alerta y no tuvo divagaciones como en días anteriores. Antes de irse a dormir recordó que en la víspera le había obsequiado un cigarro de mariguana, pero él nunca había fumado ésa yerba y no le daba ganas de iniciar su consumo, así que se acercó con uno de los compañeros jóvenes de la celda y le hizo diligente el obsequio. El muchacho lo agradeció con una gran sonrisa, pues valoraba mucho ése tipo de sustancias. Norberto, por su parte, se conformó con sacar otro comprimido, partirlo en dos e ingerir una parte para poder descansar como en la noche anterior. Pasadas cuatro semanas del incidente de la riña y del asesinato del joven Jesús, las autoridades del penal consideraron que estaban dadas las condiciones para reiniciar las visitas familiares de los domingos. Dieron el aviso y familiares e internos se alistaron, al siguiente domingo para tener noticias mutuas. Norberto tenía mucha inquietud en saber si su mujer iría a verlo o no, de cómo iría la evolución de su salud y muchas cosas más que quería saber, pero al mismo tiempo se sentía temeroso del hecho de que simplemente ella no se presentara. Al recibir las indicaciones, los internos fueron formándose en el patio adjunto a los locutorios según el orden que se les iba mencionando. A las once y media de la mañana, ya casi con la esperanza apagada, Norberto escuchó pronunciar su nombre. De inmediato se acercó a la fila. Tuvo que esperar formado más de una hora, pero lo soportó sin protestar, pues era evidente que, después de muchas semanas, por fin podría ver a su mujer, hacer mil preguntas que tenía pendientes y sobre todo verificar el estado que guardaba su salud. Cada quince minutos la fila avanzaba cincuenta lugares. Por fin, a las doce del día más quince minutos, Norberto entró en el área de locutorios, en el numeral siete, con el corazón latiéndole con violencia de la emoción de ver a su mujer. Por un momento recordó su época de noviazgo, cuando casi a hurtadillas tenía que buscar a la muchacha, con una emoción creciente cada día. Entró en el locutorio deseoso de ver el rostro de la mujer con quien había compartido tantos años de su vida, con quien había vivido instantes felices y días muy tristes. Pero se encontró algo muy diferente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario